jueves, 6 de febrero de 2014

Ella(s)

Fui de visita al trabajo de una gran mujer que admiro. Recordamos anécdotas, personas y personajes de cuando éramos asiduas y, mate de por medio, nos pusimos al día sobre nuestros proyectos. Me gusta contar mis logros. Me enorgullecen porque me recuerdan la lucha feroz contra mí misma y contra mis estupideces que pude ganar. Cuento los éxitos más recientes pero en mi mente repaso todos los hechos salientes que me hacen una persona orgullosa de ser quien soy: bajar los tres talles de más que tenía en la secundaria, abandonar a ese primer novio posesivo, comenzar la carrera docente, la soñada independencia, el corazón hecho pedazos que levanté y rearmé con paciencia inconmensurable, los días que pasé imaginando un modo no invasivo de suicidio, etc. Me voy inflando de autoadmiración; me siento bella, libre y digna de la admiración de otro. Hasta que... llega ella. O ellas.
Ella es la hermosa a quien la naturaleza le ha dado favores que a mí no. Ella se esfuerza muy poco por ser quien es y no parecen hacerle falta guerras internas de la envergadura de las mías para ser amada, ni mucho maquillaje, y hasta ni siquiera pensar mucho para confirmarse a sí misma.
Mientras yo charlaba con esta mujer, llegó Mariana. Su nombre, su figura y su talento me son inolvidables. Me saludó como si fuera la primera vez que me veía en su existencia, cuando era en realidad, quizá, la sexta. No le generé impacto alguno. No me registró. Interrumpió la charla y todos los ojos del lugar fueron para ella. Para colmo, nos mostró en su celular la sesión de fotos que había hecho para su book. Yo sentía cómo mi cuerpo, mis victorias y mis gracias descendían en un ranking espiritual hasta hacerse invisibles. Como cuando Sol baila cerca de mí, con su pulposidad y fluidez. Aun si llegara a la clase de danza sin maquillaje y vestida como un vagabundo, la atención caería a sus pies. Como fue cuando Rocío, con su "Rocío tiene ángel" conquistó los corazones de los padres cuyo respeto ni había podido yo conseguir el año anterior, incluso sin amar su profesión o a los niños tanto como yo. Como Mariví, que tiene onda. ¡Onda! Onda dada por la Vida misma, que se pone de manifiesto en ella todo el tiempo, dándole un aura irresistible mientras uno se hinca mentalmente al piso a pedir un centavo de ese encanto. Ellas me reducen a sentirme un grupo de células que todavía tiene que tomar muchas vitaminas para estar a la altura de las circunstancias.
Luego me alejo de ellas y ya no las recuerdo. Voy a los lugares donde yo soy reina. Me quedo en soledad con las impresiones que me dieron. Vuelvo a todos mis éxitos y pienso que no soy tan genial; pero ellas tampoco. Las menosprecio si pienso que nada les cuesta, que no han ganado sus atributos después de grandes esfuerzos. No las conozco, en realidad. Luego, me reconcilio con ellas y conmigo. Las acepto como grieta para ver que no hace falta ser la mejor. O que no se puede ser la mejor. De mis antiguas tardes de terapia rescato que mi psicóloga decía que vivir para ser la mejor era un peso muy grande. Sabiendo que no lo soy ni lo seré, mis demonios de adentro dicen que tiene que haber un modo de perfección alcanzable y que hay que ir por él. Y es así como desconozco lo que es estar en paz.

1 comentario:

NeoDimio dijo...

Como acá no te puedo "favear", te dejo un "ilike" verbal a la distancia. Es emocionante leerte, hechizás a éste fan...