domingo, 17 de octubre de 2010
La tataratortura del infolio
La tataratorutura del infolio, en mi ahora lamentable existencia terrícola, tiene raíz en el amor. Amore. Amour. Love. Liebe. Y la puta que lo parió. Lloro y desespero, busco con qué matarlo todo pero nada más lo revivo: de ahí el fuego en mi blog, ¿no? Es como que lo ahuyento con la palma de la mano pero el fuego crece. Y crece porque, como dice Juan Kathrein, seguro es mi culpa. ¿Hasta cuánto puede soportar una persona el autodaño? ¿Hasta qué punto me permitiré llegar en esta carrera inútil hacia el saber sobre el no saber? ¿Puedo soportar lo que sabré? ¿Podré soportarlo? La tatarabuela de los dolores es esa. Porque yo no sabía que existía este padecimiento, que se parece mucho a la enfermedad. Se asemeja a una anorexia, alimenticia y espiritual: no estoy comiendo y nadie come de mí. Mi consumo diario se limita a tabaco y mis pulmones me lo están por reclamar, así como los diez o doce puntos que me hizo el Dr. Freddy Cabarcas en la ingle. Tan sólo hago uso y abuso del Ibuprofeno y cuento hasta diez. Y cuento de nuevo porque la cuenta no me alcanzó. Voy a contar hasta cien, y voy a pedirle un deseo a un satélite: que te mueras para siempre. No en la vida, sino acá. Acá adentro, en el almacén del infolio de mi tataratortura. Que con un beso de tu boca delicada se convertiría en tatarahermosura. Pero, mirá qué chiquilinada, poner los sentimientos al servicio de una persona. Mamá, perdón por ser tan fea.
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1 comentario:
Por lo menos está sirviendo para sacar lo peor de vos, que es lo mejor.
En mi opinión, todo esto tiene fecha de vencimiento.
Y está bueno que te incendies con tanto fuego y (voy a ser cursi) así vas a poder resurgir de las cenizas.
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