Tengo una confesión: hace unos años, formé parte de un grupo que chateaba todos los días. Cada integrante de este grupo encontraba en la charla anodina e impostergable una razón para despertar. Despertar aparejaba el encendido de la computadora tanto como el desayuno. Ver quién ya estaba online, saludarlo, y no olvidar los debidos respetos al que aún no se había conectado. Yo me sentía, de entre todos ellos, la única persona sin fracasos en la espalda, la única que chateaba con ellos solo por diversión y no a falta de algo mejor que hacer en la vida. Por supuesto, cada uno de nosotros pensaba lo mismo de su propia persona. "Hola Varnak!" y un emoticón de una carota amarillenta saludando con la mano. "Buenas buenas", escribía Haznut. "Hola amigos!", la siempre enternecedora Clarise. Todo un séquito de personas que se caían bien y hallaban entre esos nicknames y avatares a personajes mejores que los que habría de encontrarse en la vida empírica. Teníamos detractores que nos llegaban a ofender de verdad mientras reíamos y aclamábamos a los cielos informáticos que no nos molestaban en absoluto.
Un día nos encontramos cara a cara. Éramos un puñado de personas de las más variadas edades y fisonomías, que cualquiera desde afuera podía sentir confusión al tratar de definir qué clase de experiencia podría habernos unido en la vida. La pasamos muy bien. Tanto que nos encontramos varias veces más. Durante toda aquella luna de miel, jamás consideramos ser un puñado de fracasos que se juntaban a consolarse mutuamente de lo que podría haber sido un proyecto de vida mejor.
Poco tiempo después comenzó a destaparse la mugre. Mugre bajo las uñas, bajo la ropa, en la cabeza. Sin escapar a los escándalos clásicos, comenzamos por lo sentimental: separaciones y luego, engaños. De a poco fuimos consolidando el elenco de una telenovela digna de las 14:00 por Canal 9. Trabajos mal pagos, la insoportable paternidad, matrimonios sin fuego (o soledad incurable) y estudios truncos. Todos nos destacábamos en algún fracaso de esos.
El idilio amistoso duró alrededor de un año. Después, la mugre fue ya imposible de asear.
Cada vez que veo grupos como esos en Facebook o Twitter o en el chat del Scrabble on line, siento pena por ellos. Sé qué son y qué mochila llevan. Porque sé qué fui y qué mochila llevé. Sigo acarreando algunos fracasos, pero otros ya los sorteé. Afirmo mi mochila sobre la espalda y sonrío al sentirla más liviana que entonces.
2 comentarios:
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Y vos sabés de qué hablo.
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