Como es acostumbrado en una familia de padres que se desprecian, mamá vino el 8, pasó la noche del 9, nos levantamos, se fue, fui a lo de mi abuela y después esperé a mi papá para cenar. Un feriado en el que una, por celebrar con la familia hacerse más vieja, no descansa. Me apuré a fumar un pucho antes de que llegara, escondí el cenicero encima del lavarropas ("¿qué puede hacer papá entrando al lavadero?") y tiré Poett Frescura Frutal en todos los rincones de la casa. Llegó él, le convidamos capelettinis con esa salsa fabulosa que hace mi señor, y le mostré algunas fotos del viaje a Catamarca. Después, la sobremesa, hablando del dueño de Hertz que está al lado del garage donde papá trabaja ahora. Y mientras papá hablaba de los amantes de la velocidad y objetos perdidos, lo vi: el encendedor, blanco y radiante como novia, encima del mantel.
3 comentarios:
Ajajajaja! Muy buena crónica. A veces los detalles no nos dejan ver lo fundamental.
Un beso.
Si serás bolú querida!
Si serás bolú querida!
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