sábado, 30 de julio de 2011

Lluvia Constante, 29 de julio de 2011, Paseo La Plaza

Me costó salir del estado dramático en el que me puso la historia que me contaron Rodrigo de la Serna y Joaquín Furriel. Cuando salí, quedé llena de improperios y palabrotas al mejor estilo Lombardo, código que Dani (De la Serna) comparte con el personaje de El Puntero.

Dani y Rodo (Furriel) son amigos de la infancia, policías, extremadamente diferentes. Dani es casado, tiene hijos, es bocasucia. Rodo es un alcóholico recuperado, soltero, solitario, seriote. En la introducción de los personajes, Dani hace todo lo posible por caernos bien. Y lo logra. Escuché al público ponerse a favor de él festejándole todos los chistes que le hace al estilo de vida de Rodo. Esto es lo que Dani necesitará durante la obra: que el público lo quiera.

Hay una noche en que la amistad que los une se pone a prueba. La casa de Dani es atacada por un delincuente y la prolijidad que había en la vida de los dos amigos se pierde para siempre. La lealtad se vuelve tramposa, se confunden los lugares morales, el bien y el mal se desdibujan. El tono cómico del principio se esfuma, aunque Dani nunca deja de parecernos simpático y gracioso.

A partir de ahí, los líos van in crescendo. Salen todos los trapitos al sol. Sale el talento de los dos actores para lograr nuestra conmoción, nuestra compasión, nuestra capacidad de sentir la pena del otro. Dani y Rodo nos siguen contando la historia según la recuerdan, haciendo que debamos imaginarnos todo asunto y personaje involucrado en la historia.

Tras casi dos horas, el padecimiento de Dani y Rodo llega a su fin. Me alivia, un poco. Salen Rodrigo y Joaquín a buscar nuestros aplausos. Y se los damos. Rodri revolea los brazos, pidiendo que los aplausos se intensifiquen. Es un rockstar. Me invaden las ganas de ser su groupie.

Salgo de la sala Pablo Neruda y la historia sigue dando vueltas en mi cabeza. Creo que se podría llamar exitosa, o bien, impactante, a una historia que permanece en la cabeza del espectador.

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