Creo que de los veinte años que cumple Catupecu Machu en 2014, yo los escucho hace quince. Desde que los conozco, interpreto en sus letras un mensaje de aliento para buscar una vida bien vivida y no quedarse en la mediocridad, entendida como esperar que las cosas te pasen en lugar de ir por ellas.
Ayer escuché "A morir!", salido del horno en 1998, grabado en vivo en Cemento. Letra tras letra, capturaba este mensaje que ya referí. Empecé a atar varias frases:
"Te dicen 'siga en lista de espera, alguna vez le va a tocar'" (Testigo criminal).
"Hoy es único y no se repite nunca más. No es malo que no se repita y sea único: lo malo es no intentarlo nunca más" (Cuántos son).
"Vayan y suban los ojos y que suba el fuego hasta donde se pueda y más" (El ritual).
"Vi lo quieto que estaba quieto, tocando el arpa hoy. Despertate, no estás muerto. No esperes, no (¡Dale!).
Pensé "¡Qué cachetazo!". Nos estaban diciendo a todos que la vida es hoy. Desde dos costados diferentes: uno bastante pedante o ególatra, poniéndose como modelo de vida, quizá el único que la banda misma pudiera considerar respetable. Cito: "Yo no espero nada" (Testigo criminal). "Busco mucho más de lo que a veces encuentro pero sigo igual. Busco, no desespero" (Los tres deseos). "Tiro esa pared que me tapa la vista. Voy por donde hay huella y también donde no hay" (El ritual). El otro costado, sumamente alentador. Fernando Ruiz Díaz, compositor, voz y carisma de la banda, atraviesa experiencias y nos las cuenta para que no seamos unos tibios: para que al momento de hablar, no callemos; para que al momento de actuar, no esperemos; para que al momento de vivir, vivamos. Y si nos vamos de mambo, siempre está Todo pasa, todo queda: "Si pido perdón es porque yo considero que no me he portado bien".
A tal punto he tomado de modo personal estas palabras que, allí por el 2001, cuando fui a mi primer recital en campo, a ver la presentación de Cuentos Decapitados en Obras, yo misma era una tibia. Escuché con atención cuando Fernando me cantó (a todos pero especialmente a mí) Cuántos son y me sentí comprometida a no volver sobre mi huella, taparla y que no brille nunca más. Tomé el coraje para cambiar el curso mediocre de mi falta de decisión y empecé a pegarle a la cara del mutante ante el espejo. Por eso, hasta el día de hoy, agradezco este momento tan fundamental para mi presente.
Y, llegando velozmente hasta "El mezcal y la cobra" (2011), pienso que la banda pasó más experiencias (algunas, terribles) y también su gente. Y que desde "Dale!" (1997), Catupecu intentó moldear un estilo de fan y ser banda de cabecera de un estilo definido de ser humano: el que va por más. Es probable que varios de los que fueron público en "A morir!" hayan abandonado la manada, considerando que con el correr de los años, Catupecu perdió fuerza, o distorsión en la guitarra, o que la inclusión de las Mac y soniditos modernos representa un estilo de rock suavizado o, justamente, tibiecito. Y hay otros que sentimos, con el corazón y no con la cabeza, que Catupecu sigue representando una postura ante la vida que durante veinte años se mantuvo intacta.
Parafraseo ahora sin contarte de qué letra te hablo: algunos sabemos que son las cruces de un cementerio las que nos hablan y cuentan que estamos acá; encendemos todas las luces y bailamos hasta que alguien cierre el lugar; pintamos lo que no se ve; nos bebemos de a tragos el mundo; esas cosas nuestras que estaban por dormir, quedan despiertas; volvemos de las aguas del llanto y cuanto menos buscamos, todo se va revelando; dejamos que todo comience tal y como no hemos planeado; y, desde el 2000 y para siempre, abrimos el costurero y salimos a descoser. Es solo música o bien es sólo rock and roll, pero me gusta. Pero es música con letra. Es música con empuje. Es una banda que es un ser y que te habla. Lo que Catupecu Machu quiere es que pises sin el suelo.
Felices dos décadas. Y que vayamos todos por más.
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