Hasta las cosas más estúpidas son diferentes. Es distinta la calle donde vivo. Es distinto el murmullo de los vecinos. Es distinto lo que se ve por la ventana. Lo único que no cambia es que no estás. Tampoco cambia la gente que no sabe nada de mí. Los miro a todos como antes no, pensando que están listos para enfrentar su día. Que están bien. Que la vida existe para ser feliz.
Acá giro la llave y está todo lo que no está. Está la pava y está la hornalla, pero no está el mate que nos tomábamos los domingos casi al mediodía. Está el futón, cerrado y sucio, donde nos conocimos la piel y dormimos tan mal, donde lloraste al irte de mí, pero los cuerpos no. Está el televisor ridículamente pequeño donde con esfuerzos vimos películas, pero no están nuestros ojos. Están los discos que quisiste que te presentara, las mezclas y las voces, pero no están los oídos. Están los vasos de fernet, intacta la Coca Cola que abriste para prepararlo, el rollo de cocina, los forros en la bolsa, el cenicero repleto, los almohadones que declaran que te amo, las sábanas que guardan tus células, la gata que desconcentra, las cortinas que encargué y retiraste de Once, el orégano que compraste para cocinar más seguido en casa, la tijera con la que te corté el pelo que te sobraba, los mails que nos mandamos en diciembre de 2012, los libros que te presté, la bandeja desayunadora con las migas que dejamos, el toallón marrón clarito que solamente usabas vos y olías tanto para poder aprobarlo, la guitarra en la que tocaste Michael la primera vez que viniste, el conejo de Pascua que pensaba comer con vos el día que te fuiste. Está todo eso. ¿Sabés lo que es vivir con eso? ¿Sabés lo poco que se parece a estar vivo?
Porque además están los sustantivos abstractos, esos que nunca entendiste en la primaria: está eso de ir a ver bandas los viernes, eso de conocer restaurants, eso de irnos a algún lado en las vacaciones de invierno, eso de pasear por San Telmo cuando hiciera frío porque en verano estaban las cucarachas, eso de comprar una tele grande o cambiar la compu, eso de llamarte para contarte cómo me fue, cómo te fue, los corazones dibujados en el chat, la gatita que saluda, la que juega con el ovillo de lana, la que tira zzzz porque tiene sueño, tus "bonita" detrás de tantas frases. ¿Sabés lo que es escribir en la computadora donde te mandaba tanto amor? ¿Sabés lo poco que se parece a escribir?
Pienso en Lacuna. Pienso en su maravilloso servicio de borrado de recuerdos. Porque nadie quiere sentirse así, como me siento yo. Pienso que soy Joel tratando de matar a Clementine. Y pienso que a mitad de camino, haría lo mismo que Joel. Yo no quiero que te mueras. Ni en la vida ni en mi mente. Yo amo todo lo que pasó entre vos y yo. No quiero que me borren los recuerdos de lo más lindo e intenso que viví. No quiero que me borren lo que pude dar de mí. No quiero que me saquen mi capacidad de amar y de reconocer que amé. No quiero olvidarme de cuánto te amo. Por eso no quiero que te vayas. Por eso quiero que vuelvas y quiero creer que la Vida nos puede traer la más hermosa de las sorpresas. Porque esta capacidad de sentir que tuve entre tus brazos, yo pensé que no la iba a sentir nunca. Y por eso no puedo dejar de pensarte. Ni cuando me encuentro haciendo los esfuerzos más grandes por no pensarte, porque en ese esfuerzo está tu carita, intacta. La carita que te toqué la última vez que te vi, mientras vos cerraste los ojos y dejaste que tu piel sintiera mi mano. Como ves, pedirme que te deje ir es una cosa muy exigente. Es como si me pidieras que me diga que no tenés importancia, que como vos hay miles, que sos reemplazable. No es cierto que como vos hay miles; si no, ¿por qué esperé toda mi vida para sentirme así como me sentí con vos?
Una vez me contaron que cada siete años, nuestras células se terminan de renovar por completo. Eso haría que ya no fuéramos los mismos. Y me dijeron también: "¿Sabés que es lo que hace que seamos los mismos? Los recuerdos. Esta oreja ya no es tu oreja de hace siete años." Pero vos te acordás de cómo alguien te habló cerca de ella, o algún secreto contado en la niñez, y te das cuenta de que el cerebro es una bendita maldición. Y a vos te dije que tengo miedo de perder mi memoria, que me venga a buscar el Alzheimer y que me tengas que explicar quién sos. Toda la dicha que pude sentir es lo que ahora me está matando.
Te extraño con todo mi ser.
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