Anoche tuve una pesadilla. O un sueño. En principio fue de terror. Porque hubo un sueño adentro del otro, en el que creí que me había despertado a mí misma con ese grito. Había llegado la calma de salir del pánico, pero lo imposible volvía a ocurrir y el horror me ahogaba dos veces.
Veía una foto de mí. Una foto de Nadia que detrás, tenía otra Nadia. Originalmente, reconocía a la Nadia que estaba al frente: alegre, firme, con una sonrisa fresca. La que aparecía detrás estaba amplificada: orgullosa, desafiante, diabólica su mueca. Yo no la conocía, pero tenía mi cara. Nadie había trucado esa foto. No en el sueño. No en la realidad. Y al momento de obtenida la foto, no había otra Nadia amplificada. Me asusté y me desperté.
Después fui a la casa de mi padre. Comencé a contarle lo que había soñado cuando vi mi reflejo en el televisor apagado. Detrás de la Nadia que hablaba con su padre, se reflejaba una Nadia que no estaba presente en el lugar de reunión. Una piña de susto al medio del pecho. Le grité a mi padre:
- ¡Ahí está! ¡En el televisor! ¡¿No la ves?!
- ¿A dónde?
- ¡En el reflejo! ¡Papá, por favor! ¡Cómo que no la ves! ¡Por favor!
- No hay nada, Nadia.
- ¡Sacala, sacala! ¡Por favor! ¡Papá, por favor!
La espantaba yo con la mano en la pantalla, como si pudiera hacerla ir. Me estaba temiendo a mí misma. Y la Nadia reflejada, que también me veía, me mostraba los dientes en una sonrisa maliciosa. Sonrisa que decía que no había manera de deshacerse de ella. Justo entonces se hizo claro el telón que separaba lo onírico de lo corporal. Reconocí mi cuerpo y mi voz. Pero, ¿qué Nadia era? ¿La de la sonrisa maldita o la que se moría de pavor? Nadia se gritó para despertar y corrió agitada a abrir las cortinas. Justo ahora que había empezado a dormir con la tele apagada, no había luz salvadora, esa que te deja ver que todo está bien, en orden, en su lugar, lejos de la locura. ¿Está todo realmente lejos de la locura? La gata, la cama, el televisor sin reflejos. Todo en su lugar. También el baño, sus objetos y el agua que lava la cara. ¿Qué Nadia despertó? ¿Qué Nadia se amplifica por detrás de las imágenes? ¿Qué Nadia sigue durmiendo? ¿Y si alguna de ellas fuera Yésica? ¿Esa hija no reconocida que se volvió innombrable? ¿Quién es Yésica?
Yésica es la que estudia, la que trabaja, la que cobra en blanco. A Yésica la pisamos. La enterramos y le quitamos hasta su propio nombre. Nadia la invadió. Ahora es Nadia también la que estudia, trabaja y hace arte. Nadia es la que vive para el aplauso y pide que la reconozcan como tal. Nadia es la que no le cuenta a Nadie que Yésica existe. Yésica vive en una jaula cubierta con telas oscuras. A Yésica no la dejan salir. ¿Cuál es Nadia? ¿Cuál es Yésica? ¿Cuál planea una venganza, asustándose a sí misma cuando cree que ha logrado aniquilar a la anterior? Yésica es quizá la que ríe y dice: "Nadia, vos sabés que Nadia no es Nadie. No existe. No existís". Nadia la escupe y le dice: "La que no existe sos vos. Vos estás en las sombras. A vos Nadie te conoce. Ya no." Yésica ejecuta su palabra letal, porque conoce los miedos de la otra. Le dice: "El acta de defunción va a decir Yésica Leonor."
Nadia se va a morir Yésica. Nadia se va a morir. ¿Y qué será de su reflejo? ¿Para qué vive con miedo si el destino es el mismo? Después una mira a la otra, y ya no se sabe cuál es cuál. Una dice:
- Las dos estamos solas.
- Las dos estamos rotas.
- Las dos luchamos fuerte.
- Las dos queremos lo mismo.
- No, Yésica. Yo quiero que te mueras.
- Y yo quiero ser vos, Nadia.
- Entonces morite, Yésica.
- Si yo muero te morís vos, Nadia.
(Silencio. Reflexionan.)
Yésica: Gracias, papá.
Nadia: Gracias, mamá.
Yésica: Gracias, Ley.
Nadia: Dejame tranquila.
Yésica: Dejame tranquila vos.
Nadia: Dejá de aparecerte por detrás de mis fotos.
Yésica: No, si yo no fui. Siempre estoy encerrada.
Nadia: Entonces, ¿quién fue?
(Silencio. Apagón.)
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