jueves, 19 de mayo de 2011

Huele a espíritu adolescente



Tengo una vecina joven. Independiente. Que le gusta la música. La música fea, pero le gusta. Hace poco fue madre. Y se convirtió en otra clase de persona, de esa clase que se pone la camiseta de la maternidad y dice: "Ahora que soy madre estoy un paso por encima de la raza humana."

Yo estoy en constante involución. Muchas noches, Dionisio gana la pulseada y me emborracho. Me emborracho y pongo la música fuerte. Me emborracho y canto a los gritos.
El sábado a las 5:30 a.m., vibré la música y canté a los gritos.

Ella me tocó el timbre como advertencia y bajé la música. Odié hacer eso: a mí me gusta jugar con los límites, siempre. Y, como Dionisio, por lo general, salgo bastante lastimada.
Desde el domingo a las 11:30 a.m. en adelante, la madre vecina se dedicó a tocarme el timbre a cada momento que le era posible para dejar en claro lo que el timbre, con gran maestría, había aclarado ya. No le quise abrir porque creí que sólo era para agredir.

Me angustié. Haber matado a Apolo no me hizo gracia. Tampoco me hizo gracia cuando lo maté el domingo y tuve que vivir un lunes resacoso. Haber jugado con los límites tampoco me trajo placer. El placer duró lo que el grito, lo que el mi, lo que el fa, lo que la risa. Luego, todo fue tenebroso, enfermo, obsesivo. Desde sus timbrazos hasta mis rechazos. Yo tengo cada vez menos años de edad y me separo cada día más de la idea de la maternidad. Me siento demasiado liviana como para cargar con tanto peso. ¿Para qué traería una persona al mundo? ¿Para decirle que en realidad, como dijo mi ídolo Darío Sztajnszrajber,
"todo es medio un bajón"? No podría. Ceder mi cigarrillo cómodo, mi no cocinar, mi llegar del laburo y disfrutar de la vida 2.0, mis siestas de 20 a 22 hs, mi música fuerte... La música y yo somos uno cuando la escucho, cuando la canto a los gritos, cuando la bailo. Yo soy con música. Mi amigo Fede Nietzsche dijo que la vida sin música sería un error. Por estos momentos, mi vida es un error. Yo soy un error del sistema conformado por el Bendito Consorcio de la Orden de La Concha de Su Hermana.

La vecina anoche tuvo la chance de que yo le abriera la puerta. Despotricó contra mi estilo de vida, juzgándolo de solteril (aunque no usara esas palabras); sugirió que me mudara a un PH; me aconsejó gritar en el parque. Todo esto, porque ella es madre. Todo esto, porque huelo a espíritu adolescente. Todo esto, porque siento. Y cuando siento, siento a todo volumen.

La decisión está tomada: en septiembre me mudo. Yo amo mi departamento, pero no es mío ni quiero vivir al lado de los jóvenes envejecidos que comienzan a pertenecer al gremio de los padres y madres argentinos, ofuscables, irritables, sensibles, susceptibles, anti-adolescentes.

Cuando disparó contra mi integridad, opté por el silencio. Fui puro Apolo. Dionisio se quedó a un lado y habló cuando cerré la llave. Los llevo adentro, tanto como llevo a Cobain, a Mustaine, a Fer Ruiz Díaz, a Ramón Díaz, a Almeyda, un alma... Soy un alma inmadura en un mundo de padres y madres. ¡Oh, Bartleby! ¡Oh, humanidad!

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