Hace un año y pico que voy a terapia para tratar de ponerle un orden al todo revuelto que llevo adentro.
Y fue esta mañana que encontré la palabra para describir mi estado actual: crisis.
Crisis en las comunicaciones. Las cibernéticas y las humanas.
Estoy posteando desde el trabajo porque sigo sin lograr que me puedan instalar Internet en mi casa. Mi tío comentó a mi madre que estoy reaccionando ante esta dificultad como si fuera lo peor que me puede pasar en la vida y, no, no es lo peor, pero para alguien a quien nadie la saluda cuando entra a la casa, tener Internet se me hizo habitual y perder un hábito jode. Un montón.
No estoy encontrando los momentos para compartir la alegría con mis amistades. Lo único que logro compartir son críticas, malas opiniones, disgustos y relatos de cuán mal me va. Aburro. Y porque aburro me aíslo. Y cuando me aíslo, los extraño. Sin embargo, lo único que tengo para compartir ahora es caca.
Le pongo las fichas a algunas personas porque creo que valen algo o que podrían ser dignos de que les dedique todo el amor que tengo saltimbanqueando en mi corazón para dar. Pero son inmaduros, olvidadizos, dormilones, desamorados o están duelando a otra. El problema es tanto mío por poner ganas a cosas sin sentido y tanto del otro por hablar al pedo. No es la primera vez que me quejo de que los tipos hablan al pedo.
Me ponen las fichas personas que, por algún u otro motivo, no pueden conseguir mi amor, ese que tengo todo apretado torpemente acá dentro de mí. El caos que impera en esta casa de concepciones revueltas no los deja entrar. Y claro, pasan los que están en caos y ven por qué ventana se puede entrar. Y pasan a ver. Ninguno pasa a quedarse.
Termino la jornada laboral y no tengo energías. Tengo que ir a teatro y apenas leí el guión de la escena que tengo que pasar por primera vez hoy. Ayer fui a un curso de coreografía que esperé por largo tiempo, y al que elegí por sobre otro que está funcionando bien, y resultó que no había nadie. Se canceló y no me enteré. Esto sólo aumenta mi conclusión nefasta de que no se puede confiar en nadie.
Mi crisis es que ya no tengo ganas de creer. Durante 31 años me convencí a mí misma de que ciertas cosas valían la pena. Estoy en crisis con el mundo porque una grieta se abrió y de pronto pude ver que las cosas son horribles. Huelen bien, saben bien, se ven bien, pero son artilugios, trampas para que uno muerda el anzuelo y lo pesquen las mandíbulas del malestar. O del dolor. O del sufrimiento.
Afortunadamente (una fortuna hay, al menos) no estoy sufriendo. Mi viaje es el de la decepción y la falta de entendimiento. El nopodermiento witoldiano. La pérdida absoluta de la sorpresa y la ilusión de que ciertos sucesos puedan resultar en algo bueno. Y me muero de ganas de cosas buenas.
Dice Seba que estoy eligiendo mal los caminos. Dice Vale que son rachas. Dice Elu que soy demasiado intensa. Dice Catupecu Machu en una de sus últimas canciones un par de frases con las que me siento envuelta y hecha a medida: "y al final camino solo / y aunque dé vueltas, no hay vuelta atrás. / Son las cruces de un cementerio / las que nos hablan y cuentan / que estamos acá"
Estamos acá. Se murieron varias cosas. Esas cosas me dicen quién soy y por qué. Y aunque le busque sentido a mis sinsentidos, no lo voy a encontrar. No se puede resetear. Y, tal como el enfermito social que se siente mejor ante un monitor que ante la vida misma, yo también camino sola.
Y confieso que extraño ver las huellas de un otro amado al lado de las mías.
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