Esta vez, tuve que correr al maldito tren porque, de perderlo, tendría que esperar unos veinte minutos hasta que pase el próximo. Me subí al último vagón y me animé a caminar hasta el vagón anterior al furgón. Mis papás me enseñaron a no atravesar ni permanecer en el sucio y temido furgón. Bajando en la mitad del tren, sin oportunidad de agarrar la hermosa barrera-semáforo baja, me tomé mi tiempo y prendí un cigarrillo. Detrás de mí, apareció una voz masculina. Dijo:
- ¿Me darías fuego?
- Sí, claro.
Lo miré bien. Pantalón negro, camisa roja y corbata negra. Recordé esos lindos posters promocionales de Cuentos Borgeanos, con el mismo atuendo, con esas caras deliciosas y sus bellos pelos castaños. La versión de elegancia que me pedía un encendedor peinaba muy pocas cabellos y todos rubios. Le di fuego al falso Borgeano.
Seguí caminando, con la risa contenida, y miraba en los vidrios de las esquinas a ver si venía detrás. Venía. Ya con la sonrisa en la boca, crucé Cabildo y saqué el celular del bolsillo. Puse modo "cámara" y apreté.
Llegué a casa y me cagué de risa.
4 comentarios:
Jajajajaja qué copado!
Que vuelva, que vuelva esa época!...
De divinez de vestimenta y elegancia...
Mmmm...
Aguante Papurris!
Qué sociable el borgeanito ese!!! Hablaba con todos!!!
Jaja, que copado los borgeanos ;)
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